jueves, 17 de diciembre de 2009

LA COLUMNA de JOAN BARRIL


PALMAS Y PITOS

Escribe
JOAN BARRIL (*)
Columnista de
“El Periódico” de CATALUNYA
17 de diciembre 2009

Una amable colega del programa de Josep Cuní me llama para invitarme a un debate sobre la iniciativa legislativa popular de mañana. Si te llama Cuní, señal de que es algo serio. Se trata de que los diputados del Parlament voten a favor o en contra de la prohibición de las corridas de toros en territorio catalán. Hay grupos que pretenden eximir de esa prohibición a las fiestas tradicionales catalanas en las que participan toros sometidos a las perrerías más indignas. Cabe suponer que una vileza catalana es cultura, mientras que la supuesta fiesta nacional española es una barbaridad, no tanto por los toros como por lo de nacional. Al mismo tiempo, leo artículos sobre la cuestión en la prensa más cercana y me llegan convocatorias de taurinos que intentan hacer oír su voz ante la eventual prohibición.
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Ni me gustan los toros ni me verán en ellos. Considero que el maltrato público de los animales es una barbaridad que nos envilece como especie. De nada me sirve que los toros hayan sido un elemento de inspiración de artistas y de escritores. La muerte –o, como dicen algunos taurinos, el combate– es algo demasiado serio como para rebajarlo a la condición de espectáculo.
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Pero la historia de la humanidad, al menos hasta ahora, ha sido un lento pero permanente recorte del salvajismo ancestral. En algunos casos ha sido necesario ampliar el Código Penal. En otras ocasiones, ha bastado con un cambio de costumbres y de valores que han acabado con costumbres cruentas y primitivas. Estoy convencido de que la supuesta fiesta de los toros irá por ese camino y que para acabar con la actividad taurina será más decisiva la persuasión que la abolición. Sin embargo, el debate existe. De no ser así no me habría llamado Cuní ni se hubieran escrito tantas páginas ante el pleno parlamentario de mañana. Y si el debate existe, es señal de que hay sectores sociales que ven con buenos ojos la llamada fiesta de los toros y que asisten con preocupación a la inminente prohibición cuya puerta puede abrirse mañana.
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El toro no es un sujeto de derecho, porque de serlo también los seis millones de ratas que anidan bajo nuestras ciudades deberían quedar exentas de las campañas de desratización. El único sujeto de derecho es el ser humano, por cuyo bienestar moral y físico se debe velar. Cabe recordar que la fiesta taurina no hace daño a nadie, que se celebra en espacios cerrados de acceso voluntario y que no admite actividades espurias como las apuestas o el tongo. Sin duda los taurinos son una minoría, pero, ¿tiene sentido que un Parlamento legisle contra esa minoría pacífica? ¿Estamos dispuestos a cercenar los derechos de gente que ni son delincuentes ni ponen en peligro otra cosa que la imagen virginal de un territorio?
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Celebraré que, a cada año que pase, los aficionados a los toros sean menos. Pero no puedo contribuir con mis palabras a un nuevo abuso legislativo o administrativo. De las 16 iniciativas legislativas populares que han entrado en el Parlament, solo tres han prosperado: la de las selecciones deportivas catalanas, la de los parvularios de calidad y una ley reguladora de incineración de residuos. Ninguna de esas leyes iba en contra de nadie. Mañana, el Parlament votará por primera vez por estigmatizar a una parte de los ciudadanos. Mañana puede crearse un problema social allí donde solo hay el repudio a una actividad deleznable. Pero, por fortuna, la razón no es patrimonio de las mayorías, sino de la libertad de elegir. Los toros me entristecen. Las prohibiciones gratuitas me avergüenzan.
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(*) Joan Barril (Barcelona, 1952) es un escritor y periodista español. Estudio en la Universidad de Barcelona y su actividad periodística la combinó con su trayectoria como escritor. Columnista en los diarios como El País, La Vanguardia y El Periódico de Catalunya. Tiene actividad en radio y TV. Es fundador y editor de la editorial Barril & Barral.

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