Martes 2 de diciembre de 2011
ANGELA MERKEL Y EL SUEÑO DE HITLER
MANUEL
NAVARRETE (*)
Publicó “Rebelión”
1º diciembre 2011
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(*) MANUEL NAVARRETE – Periodista y analista político.
Publica en medios de información alternativa del continente, como son “Rebelión”
y la Web ”KAOS EN LA RED.net” (http://www.kaosenlared.net/)
entre muchos otros.
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A ciertos medios de comunicación les encanta hacer flash
backs hacia las deformaciones burocráticas y antidemocráticas de los “enemigos
de la libertad” soviéticos o cubanos. Sin embargo, nos narran con total
naturalidad el actual surgimiento de un “Merkozy”, es decir, de un liderazgo
europeo por parte de Francia y, especialmente, Alemania.
Poco parece importarles que en ningún lugar se haya decidido
o votado que dos presidentes (por no decir una sola) deban autoproclamarse
líderes de la Unión Europea. Tampoco ven nada sospechoso en el hecho de que el
banco yanqui Goldman Sachs esté colocando a sus directivos al frente de los
poderes políticos europeos. Como Mario Draghi, presidente del Banco Central
Europeo, o como Mario Monti, nuevo presidente italiano, sin olvidarnos del
nuevo Primer Ministro griego, Lucas Papademos.
A estos mass media, además, les resulta muy antidemocrático
que indios de origen humilde como Evo Morales o Hugo Chávez gobiernen en sus
países, cuyas respectivas elecciones han ganado; sin embargo, no tienen el
menor problema en aceptar gobiernos de banqueros que, como estos, no han sido
votados por nadie, sino impuestos por “los mercados”.
¿Por quiénes?, se preguntarán algunos. Es fácil. Los países
socialistas se equivocaban: ¿qué es eso de exhibir una burocracia pública,
conocida por todos, que da discursos políticos incendiarios en la Plaza Roja y
rinde cuentas ante la sociedad? Mejor hablar de unos espectrales “mercados”,
cuya impersonal voluntad, como la de un nuevo dios, ha de cumplirse siempre
automáticamente, aunque sin saber demasiado bien por qué.
Mejor no desvelar que, en esta nueva Edad Media, detrás de
eufemismos tales como “los mercados” no se esconden dioses, sino personas muy
concretas y demasiado humanas, con nombres, apellidos y dedicaciones tan nobles
como banqueros, grandes empresarios, propietarios de fondos de pensiones
privados o dueños de agencias de calificación de riesgos (que harán descender
el rating de los países díscolos que se nieguen a privatizarlo todo, para, a
modo de profecía autocumplida, provocar un encarecimiento de sus futuros
préstamos, incrementando drásticamente su deuda).
Pero, al parecer, no hay nada de antidemocrático en ello. En
Grecia o Italia “los mercados” imponen “gobiernos técnicos”. O, en otras
palabras, banqueros de Goldman Sachs que, como decimos, no han sido votados por
nadie gobernarán a partir de ahora dichos Estados de manera más directa aún que
antes. Ahora bien, esta dictadura del capital no es una cuestión ideológica o
política.
No, no. Es que son gobiernos “técnicos”, que “técnicamente”
decidirán que recortemos en gasto público y hagamos descender los impuestos
directos (especialmente para los tramos más altos del IRPF). Lo cual pone de
manifiesto la gran imparcialidad de estos banqueros… o “técnicos”, como se les
llama ahora. Pero entonces ¿para qué podría servir la soberanía de unos pueblos
carentes de los conocimientos técnicos necesarios para decidir nada? ¿Quién, si
no un técnico, está capacitado para arreglar una máquina, la europea, que ha
dejado de funcionar? ¿Quiénes, si no los banqueros, están capacitados para
gobernar? Es más: ¿existe algo más aristocrático (quise decir democrático) que
esto?
Son preguntas que jamás se harán periodistas tan
supuestamente críticos como Ana Pastor o Ernesto Ekaizer. Porque para ellos no
hay nada antidemocrático ni que huela a podrido en la UE. No es antidemocrático
que Merkel decida en solitario rechazar los eurobonos (propuesta defendida por
casi la totalidad de los países restantes) o fuerce un Pacto del Euro que
obliga a modificar (neoliberalizar) las constituciones de los Estados miembros
(debates y votaciones descartadas por anticuadas, desfasadas y poco “técnicas”,
claro está).
Tampoco es antidemocrático que el Banco Central Europeo, que
lógicamente emite todos los euros que existen (un dinero que, no lo olvidemos,
no es más que el equivalente general del mundo de las mercancías, esto es, de
la producción de los trabajadores), preste ese dinero a los bancos a un 1% de
interés, para que estos, a su vez, se lo presten a los Estados a un 4%. ¿Y por
qué no lo prestan directamente a los Estados?, se preguntarán hasta los niños
de 2 años, poco imbuidos aún del espíritu “técnico”. ¿Por qué ha de existir una
casta parasitaria situada ahí en medio, o, en otras palabras, por qué ha de
existir la banca privada?
¿Por qué los países han de asumir deudas cuatro veces más
asfixiantes que la que contraerían si el BCE efectuara los créditos sin
intermediarios? La respuesta a estas tres preguntas es tan sencilla como obvia:
porque es necesario para que una pequeña élite viva en la más obscena
opulencia. Lo que constituye otro ejemplo de democracia occidental (eso sí,
nada ideológica sino puramente “técnica”).
El caso es que el sueño de Hitler, a la postre, se ha
realizado. Y no sólo porque Alemania ordene y mande en Europa a punta de deuda
pública y préstamo bancario (aunque esta vez con Francia, y no Italia, como
escudera), sino porque tenemos al fin a una pequeña minoría, a una raza
superior de hombres (los banqueros) ante los cuales, por algún extraño motivo,
la humanidad entera ha de postrarse y suplicar clemencia. Si es necesario que
un Estado, como el español, se endeude para salvar el tren de vida de la raza
superior inyectándole dinero público, pues se hace y ya está.
El Estado, mientras envía a sus cuerpos de seguridad a
desahuciar familias que no pueden afrontar las hipotecas (pues esta vez el
campo de concentración está fuera de las cuatro paredes, y no dentro), asume en
cambio la deuda privada de esos desafortunados banqueros, aunque eso condicione
el futuro mismo de las próximas generaciones. Esa es su (también “técnica”,
como el gas Zyklon B) neutralidad.
Pero, ¿cómo comparar esto al III Reich?, clamarán algunos,
visiblemente ofendidos. Y tienen razón: es incomparable. Sobre todo porque
entonces existía una poderosa izquierda política opuesta al sueño de Hitler,
mientras que ahora, incluso una parte de la izquierda extraparlamentaria (no
digamos ya la institucional) continúa imbuida por el mito de un “modelo social
europeo” que nunca existió. O por el prejuicio inducido de que no podemos salir
de la UE ni del euro, ya que fuera de ellos sólo existe el infierno.
No parecen afectados porque cada día capas más amplias de la
población comprendan que la UE es (y fue siempre, desde el propio Tratado de
Maastrich en 1992) un proyecto capitalista e imperialista en sí mismo; un arma
supraestatal con la que imponer recortes y retrocesos sociales a los pueblos
trabajadores europeos, suprimiendo la capacidad de los gobiernos nacionales
para realizar otras políticas que no sean las de flexibilidad, desregulación y
precariedad laboral. Ni por el hecho de que, indudablemente, la primera medida
que un gobierno con pretensiones revolucionarias (o incluso reformistas)
tendría que tomar, de alcanzar el poder hoy en día en cualquier país europeo,
sería la salida de la UE.
Afortunadamente, cada vez son más los que se adhieren a otra
izquierda: la que no avala el sueño de Hitler, ni siquiera en su versión
“progresista”. Es decir, la que no propone otras inútiles “salidas técnicas”
(aunque en clave keynesiana esta vez), como los eurobonos o las “agencias de
calificación europeas”, frente a lo que es una crisis estructural del propio
capitalismo, y no únicamente de su versión desregulada (para ser exactos, la
versión desregulada fue una huida desde la regulada, por lo que volver a
aquello de lo que se huía, es decir, a la caída de la tasa de ganancia, no
solucionaría nada).
La izquierda que, por el contrario, propone una salida
política: el abandono del euro y de la Unión Europea, dentro de un programa de
recuperación de la propiedad social sobre los recursos y de conquista de la
autodeterminación, de la soberanía popular. Porque la máquina europea no ha
dejado de funcionar en ningún momento, sino que éste es precisamente su más
perfecto funcionamiento.
En tanto que instrumento de la clase dominante, por lo que
se trata de parar y destruir la máquina, no de sustituir algunas de sus piezas.
Y la izquierda que, en consecuencia, trabaja en pos de una acumulación de Poder
Popular enmarcada en un proceso de acentuación de la lucha de clases y de pelea
por el socialismo, sobre la premisa de aquello mismo que propuso Fidel Castro,
allá por los años 70, ante la crisis de la deuda en América Latina:
sencillamente, negarse a pagarla.
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